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domingo, 23 de octubre de 2016

CON SUS TIANGUIS, LOS AZTECAS DEMOSTRARON QUE SABÍAN MÁS DE MERCADOTECNIA QUE LA MAYORÍA DE LOS MANTENIDOS CINEASTAS MEXICANOS DE HOY.

por Javier Oteka

Los antiguos pobladores de estas tierras, eran expertos en vender en sus tianguis los productos que ellos mismos producían.

Pero ac
tualmente, quienes hacen más negocio con el cine mexicano, no son los que lo producen, sino los piratas, callejeros y de tianguis, comandados por sus capos y autoridades que los protegen. Los productores y sus contrapartes coludidas del gobierno, sólo saben exprimirle a sus presupuestos tantos recursos públicos como les sea posible, para que después de abonar el riguroso moche, vayan construyendo su mal habida riqueza.

Los juniors Ripstein, sus socios también juniors despilfarradores de herencias de sus trabajadores ancestros judíos; los protegidos de Marina Stavenhagen (ex directora del Imcine sancionada por la Función Pública y autodefinida "con ideología pero sin religión") y su socio Jaime Romandía; entre otros notables, prefieren ir a Cannes a mendigar aplausos con aroma a queso pestilente, que conectar con el gran público y recuperar, por lo menos, los recursos públicos que el Estado graciosamente les concede.

Industriafóbicos, desprecian la mercadotecnia, se refugian en su egolatría, niegan satisfacer al público porque priorizan la autocomplacencia del proceso creativo. Como no es su dinero el que arriesgan, sino el de los contribuyentes, prefieren el disfrute y los espejitos festivaleros, que recuperar los recursos públicos para incrementar los fondos y así pueda apoyarse a más cineastas que no pertenecen a la casta divina.

El castigo o lección que les aplica el personaje de Gonzalo Vega a sus juniors en "Nosotros Los Nobles", sería poco para hacer reaccionar a esta bola de rémoras que, sin probada conciencia social, malgastan los escasos recursos del país.


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Tomado de la cultura popular wikipédica:

"Tianguis (del náhuatl tiānquiz(tli) 'mercado') es el mercado tradicional que ha existido en Mesoamérica desde la época prehispánica y que ha ido evolucionando en forma y contexto social a lo largo de los siglos. En otros países ha recibido diversos nombres, por ejemplo en España, particularmente en Andalucía, se lo conoce como zoco o mercadillo y en Estados Unidos adopta el nombre de flea market (mercado de pulgas); estos establecimientos se encuentran principalmente en los estados de Texas, Arizona, Nuevo México y California, aunque también los hay en otros estados. En Costa Rica se les conoce como "Tilicheras" (en desuso) o "mercado de pulgas", "remates", "ferias del agricultor" (si son alimentos), principalmente de discos o DVD piratas".

lunes, 10 de octubre de 2016

LO QUE ALFONSO CUARÓN QUISO DECIR Y NO SUPO TRANSMITIRLO EL PERIODISTA.

por Javier Oteka

Cuando estrenó 'Gravedad' en México, Alfonso Cuarón declaró a El Economista que la taquilla le parece perversa y no importa.


Sin embargo, la intención y enfoque con que lo dijo el cineasta, no supo explicarlo el periodista. Cuarón se refería al público en general y no a los realizadores de películas. Quería decir que los comunicadores no deberían orientar la opinión del público hacia una estimación mercantilista de las películas, para que las valoren en función de lo que dejan o no en la taquilla, sino por sus méritos o fallas intrínsecas.

Pero estoy convencido de que Cuarón no hablaba de que los hacedores de películas, dejemos de darle importancia a la dimensión económica e industrial del cine. Vaya, él mismo no podría producir sus filmes sin cuidar ese factor fundamental.

En México estamos plagados de maestros y críticos industriafóbicos, que han llegado al "iluminado" consenso de que el cine industrial o comercial, por sí mismo es malo, de menor grado estético que el "cine de arte", de una categoría que no llega a las alturas olímpicas de los cinéfilos cultos, cuyo canon es el que debe imponerse en los programas de formación del público.

Esa ideología reduccionista, heredada por añejos modelos estatistas, ha permeado y subsistido a tal grado de que la mayoría de los cineastas de hoy desprecian las técnicas y metodologías para que sus películas no sólo hagan un buen papel en la taquilla, sino que conecten con el público.

Un artista —cree la mayoría de ellos—, no debe enfocarse a la satisfacción del público, sino a la de sí mismo. La obra debe gustarle a él y qué importa lo demás... que el público se adapte y adopte un culto hacia él, aunque no lo comprenda ni vibre con él. Su necesidad expresiva —la del artista— es sagrada y debe encontrar cause en un espejo que le rinda adoración.

En el sistema que se ha generado, esta posibilidad ha quedado resuelta para quienes producen su cine al amparo de las instituciones del Estado, que han sido diseñadas para inflar esos egos que se ponen al servicio de la corrupción de la burocracia y de sus contrapartes privadas. Como se sabe, quien quiere ser financiado por esos recursos del Estado (la mayoría a fondo perdido), debe estar dispuesto al moche en cualesquiera de sus modalidades. Fuera de ese sistema, en México apenas va creándose una industria incipiente de producción, en gran medida independiente (*), que está aprendiendo a funcionar de acuerdo a los parámetros del mercado.

Podría afirmar que la mayoría de los egresados de las escuelas de cine y quienes ya son profesionales de la industria, son analfabetas mercadológicos. No saben concebir, crear y producir películas con la calidad necesaria para satisfacer al público y, consiguientemente, sustentar la consolidación de una industria generadora de empleos y bienestar.

En este subsector no se ha entendido aquel consejo milenario de que al pescador no hay que regalarle el pescado, sino enseñarlo a pescar... a gravitar, como bien podría enseñar Alfonso Cuarón.

(*) La mayor parte de esta industria "independiente", es la que depende de la infraestructura económica de las grandes televisoras, la que tiene acceso a los medios publicitarios.

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El fracaso en taquilla que ha derivado en un cine "invisible", como lo bautizó Paul Leduc en su discurso al recibir el Ariel de Oro de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, por supuesto no se debe únicamente al analfabetismo mercadológico de los formadores y hacedores de cine, sino a la estrategia perversa de las autoridades públicas que han fomentado, desde el legislativo y el ejecutivo, un sistema de maiceo para mantener domesticado al sector de producción, sin poner en riesgo el dominio que las empresas estadounidenses, y el duopolio mexicano de la exhibición, mantienen en nuestro país.