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sábado, 25 de febrero de 2017

ADEMÁS DE MALINCHISTAS Y VALEMADRISTAS, IGNORANTES.

por Javier Oteka

Para preocuparse es que un amplio sector de los jóvenes mexicanos, por supina ignorancia, o acaso ingenuidad, defienda que en México se vea tanto cine gringo que invade en casi el 90% el tiempo de nuestras pantallas.

El primero de sus argumentos es que el cine nacional es muy malo; el segundo, que están a favor de la calidad sin importar de donde proceda, ya sea de Estados Unidos o de Timbuctú; y el tercer argumento es que el arte no debe tener fronteras, que por ningún motivo debe boicotearse el cine estadounidense.

En los tres puntos tienen razón. Sin embargo, en su análisis no consideran el hecho de que el cine no sólo es arte, sino industria y como tal ejerce una influencia y un poder fenomenales.

Es esta dimensión económica la que no terminan de entender. No logran captar que se trata de una guerra económica para invadir e imponer su ideología al mundo, al costo que sea, sobornando gobiernos y maiceando aliados locales que, como mercenarios, se suman a sus filas.

Los jóvenes no han analizado a fondo las tácticas que en esta guerra utilizan las 'majors' estadounidenses. Sin moral ni respeto, imponen su cine no sólo con la utilización de apabullantes recursos económicos, sino mediante prácticas monopólicas ilegales.

Por ejemplo, utilizan el dumping que es una práctica comercial que consiste en vender un producto por debajo de su precio normal, o incluso por debajo de su costo de producción, con el fin inmediato de ir eliminando las empresas competidoras y apoderarse finalmente del mercado. Esto se advierte al comparar el precio promedio del boleto en México que oscila entre 2 y 3 dólares, en tanto que en Estados Unidos está a casi 9 dólares.

Sin entrar en una enumeración exhaustiva de las malas prácticas de esa industria invasora y de los efectos perniciosos que produce, el hecho es que lo que están provocando es que nuestra industria de producción cinematográfica no pueda desarrollar su pleno potencial.

En su mayoría las buenas películas mexicanas —porque no todas son malas—, no encuentran cabida en las salas comerciales, ya sea porque las relegan las distribuidoras y los exhibidores, o porque el gobierno no apoya la promoción de las películas en cuya producción invierte millonarios recursos públicos. Su estrategia mercenaria es no privar a Estados Unidos de nuestro mercado nacional.

Boicotear al exceso de cine gringo es una opción por ningún motivo de tinte comunista o socialista, sino totalmente democrática, legítima y no violenta, de sentido común, que debió haberse aplicado desde hace muchos años en México.

Hoy, con el amenazante advenimiento de la era Trump, se abre una oportunidad única para que México actúe en defensa de lo que le corresponde.

En muchos sectores de la economía ya han surgido boicots contra la compra en México de productos estadounidenses. Incluso, en la frontera muchos mexicanos con lúcido y ejemplar patriotismo, que no patrioterismo, han dejado de ir a comprar al otro lado.

Pero en el cine no ha ocurrido lo mismo.

Si el cine mexicano, en gran medida, todavía no tiene la calidad que exige el público, cuando éste piensa en ir a las salas, si no hay en cartelera una mexicana aceptable, ¿por qué en vez de ir a pagar por una gringa chafa, no gasta su dinero en otro medio de entretenimiento? Puede ir al teatro, a un evento cultural, a leer un libro, a conversar y a tomar algo con la familia o los amigos, etc., etc.

El ideal de un mundo sin fronteras es justo eso, un ideal, muy bello por cierto. Pero mientras eso no es posible en la realidad, no nos queda otra más que defender nuestro territorio, nuestra cultura, nuestros valores, nuestro trabajo, haciendo respetar nuestros derechos.

Si hoy Trump nos pone un muro y nuevos impuestos comerciales, no podemos quedarnos de brazos cruzados. En cuanto al cine se refiere, debemos presionar y dejar de pagar por ver sus películas en nuestras salas; por lo menos reducir nuestro consumo al mínimo posible.

El efecto positivo que eso producirá, será que tanto las majors como los exhibidores apoyen nuestra industria y se generen más y mejores fuentes de trabajo en nuestro país. Asimismo, ello permitirá que se exhiban comercialmente más películas de otros países del mundo.


¡DIGAMOS NO AL EXCESO DE CINE GRINGO!