por Javier OTK
inspirado en la tesis de Almendra OTA
inspirado en la tesis de Almendra OTA
Un huevo encerrado, suspendido al centro de una jaula de canario, es uno de los arte-objetos que mejor me ha sugerido la coincidencia de las dimensiones estética y política. Se debe a la creatividad del artista plástico Walter Boelsterly (hoy director del Museo de Arte Popular).
La pieza representa a un nonato cuya naturaleza y vocación lo llaman a nacer para volar en libertad, pero un fatal artilugio lo ha condenado, no al aborto, sino peor aún, a prorrogar su cautiverio.
Es símbolo de la perversión y la insolencia del poder, de la esperanza frustrada de ese ser que al romper el cascarón de su aislamiento, descubrirá que sigue preso en otra jaula.
Y hoy, podría ser símbolo de quienes se han adjudicado la celebración del Bicentenario, y del incauto celebrado — el mexicano —, quien cree que su fiesta rememora el nacimiento a una vida independiente, cuando ni siquiera ha logrado romper la primera de sus placentas infinitas, como un niño que está a punto de dar a luz una mamá-nación prisionera, mientras que su papá-gobierno va prendiendo la velita del pastel colocado al pie del ataúd de un Estado funerario.
Huevo transfigurado en jaula, ritual obligado de un doble régimen de esclavitud, binomio de centenarios siniestros, sarcófago clonado para vivir muriendo, infierno anticipado que multiplica, en una eternidad de espejos, el icono — pío, pío — de nuestra sacra y cómica tragedia.