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sábado, 16 de mayo de 2015

EL OCASO DEL CUARTO PODER Y DE LA DOBLE MORAL

por Javier Ortiz Tirado K.

Si antes había una característica que definía a la prensa, era la del cuarto poder. No había político mal portado que no le temiera. Su poder consistía en romper el equilibro insano de la doble moral.

La clase política y la empresarial, llevaban una doble vida. Los domingos, acompañadas por sus familias, acudían sin falta a la misa, se confesaban y comulgaban. Las esposas y los hijos estaban orgullosos del comportamiento intachable de sus esposos y sus padres. En ese ambiente, los varones se presentaban como cuasi santos, aunque se les llegara a aceptar, eventualmente, algún desliz, porque al fin y al cabo ser macho era un contra valor irremediablemente tolerado. Y hasta ahí llegaba la pública confesión de los pecadillos de los santos varones, padres ejemplares de familia.

Hoy en día, cuando el fenómeno de la corrupción ha implantado ya sus raíces en las costumbres de la sociedad mexicana, aquellos dignos varones de la clase política y empresarial, son admirados por su éxito económico, sin importar cómo lo obtengan. Las mismas esposas e hijos son dotados, con los neovalores, para concebir la alta posición económica como un triunfo social. El lema de 'el que no transa no avanza', ya es más valorado que cualquier versículo bíblico, y no se diga del proverbio sapiencial que pontifica que 'un político pobre es un pobre político'.

Se ha llegado, así, a no necesitar más de la doble moral, porque con todo descaro las familias y allegados de la clase política y empresarial, no sólo le toleran o le aceptan las conductas de la corrupción, sino que los admiran, adulan y premian. A todos conviene este descarado estilo de vida.

Como consecuencia de este desvanecimiento de la doble moral, el cuarto poder ha dejado de ser tal, porque a los corruptos ya no les preocupa que los señalen y acusen en los medios. Hay tantas denuncias que una más no les hace daño alguno.

Lo único que hoy sería capaz de prevenir y combatir a esta conducta antisocial, sería la eliminación de la impunidad y el castigo severo. Ni siquiera la educación en valores, por sí sola, garantizaría la corrección de este grado de perversión. Y la sanción eficaz no sería como aquella corta y liviana que le aplicaron a Raúl Salinas de Gortari que, al dejarlo libre, volvió a la desfachatez de su antiguo modo de vida.

Esperemos que la reforma que hoy está implantándose en México sobre la base de la nueva Ley General de Transparencia y el Sistema Anticorrupción, llegue a penetrar en la conciencia y la conducta colectivas, y que los ciudadanos vayan empoderándose para vigilar, denunciar y exigir la aplicación rigurosa de la norma honorable.