El amor que se invoca no es esa emoción blandengue y voluble, plagada de cursilería clasemediera. Se trata de un compromiso de solidaridad de los unos con los otros, para construir las bases de un auténtico bien común, que rebase las posibilidades e imposibilidades de un utópico estado de bienestar y desarrollo, de tal modo que pueda acercarse un mundo más justo, simple y feliz para todos.