¡Qué descomunal dolor has de sentir cuando te arrebatan, con violencia innombrable, la vida terrena de Juan Francisco, tu único hijo varón! ¡Qué terrible que, de pronto, cuando menos lo esperas, en el infierno de un dolor que te desgarra y una rabia que te aguijonea, si no a la venganza, sí a exigir justicia, debas inventarte una fuerza para no quebrarte y abrazar tu fe para asumirte el padre de una víctima inocente y, más aún, para adoptar en tu corazón cristiano a todos esos hijos victimizados por la delincuencia y estigmatizados por el Estado y la prensa amarillista!
¡Qué terrible, también, que mientras la mayoría de la gente hace ofrendas, muestra su solidaridad y reclama justicia en marchas pacíficas, iluminadas por la luz de las velas, haya otro sector de oportunistas del activismo profesional que, sin atender el riesgo al que se refiere René Girard, se cuelgan de esta tragedia para fundar su rebelión justiciera en la sangre de víctimas inocentes!
Recordando nuestras recientes conversaciones y, sobre todo, haciendo oración, vuelve a mi memoria aquella escena del filme La Pasión, del realizador Mel Gibson, que describo en mi columna del cuarto número de nuestra revista Conspiratio, donde una gota cae desde lo alto y revienta en la tierra a un lado de la cruz del Hijo quien, no obstante que se duele por el abandono de su Padre, jamás pierde la fe y le encomienda su Espíritu. Y lo más asombroso y consolador de la escena es que nos sugiere, con un lenguaje sin palabras, que el Padre no ha abandonado al Hijo, sino que permanece ahí, muy cerca, experimentando un dolor inconmensurable que se encarna en esa lágrima que cae desde lo alto. Es un padecimiento que sólo es capaz de ofrecer el amor tan inmenso del Padre que, así, nos adopta como hijos para redimirnos.
Por eso, tocayo queridísimo, hablo de tu corazón cristiano que, inmerso en el infierno de un sufrimiento que te tienta para rebelarte, has optado por trascenderlo, dándole a tu dolor un sentido solidario y amoroso que nos invita a no perder la fe y a construir, basados en ella, nuestro compromiso por la transformación de este mundo que pretende sofocarnos.
¡Muchas gracias, hermano mío, por esta ofrenda que nos regalas, de tu dolor que tu amor ha transfigurado!
¡Qué terrible, también, que mientras la mayoría de la gente hace ofrendas, muestra su solidaridad y reclama justicia en marchas pacíficas, iluminadas por la luz de las velas, haya otro sector de oportunistas del activismo profesional que, sin atender el riesgo al que se refiere René Girard, se cuelgan de esta tragedia para fundar su rebelión justiciera en la sangre de víctimas inocentes!
Recordando nuestras recientes conversaciones y, sobre todo, haciendo oración, vuelve a mi memoria aquella escena del filme La Pasión, del realizador Mel Gibson, que describo en mi columna del cuarto número de nuestra revista Conspiratio, donde una gota cae desde lo alto y revienta en la tierra a un lado de la cruz del Hijo quien, no obstante que se duele por el abandono de su Padre, jamás pierde la fe y le encomienda su Espíritu. Y lo más asombroso y consolador de la escena es que nos sugiere, con un lenguaje sin palabras, que el Padre no ha abandonado al Hijo, sino que permanece ahí, muy cerca, experimentando un dolor inconmensurable que se encarna en esa lágrima que cae desde lo alto. Es un padecimiento que sólo es capaz de ofrecer el amor tan inmenso del Padre que, así, nos adopta como hijos para redimirnos.
Por eso, tocayo queridísimo, hablo de tu corazón cristiano que, inmerso en el infierno de un sufrimiento que te tienta para rebelarte, has optado por trascenderlo, dándole a tu dolor un sentido solidario y amoroso que nos invita a no perder la fe y a construir, basados en ella, nuestro compromiso por la transformación de este mundo que pretende sofocarnos.
¡Muchas gracias, hermano mío, por esta ofrenda que nos regalas, de tu dolor que tu amor ha transfigurado!
Javier OTK
A continuación, el fragmento con el que Carmen Aristegui introdujo su entrevista a Andrés Manuel López Obrador, y que en su página web http://www.amlo.org.mx/ aparece editada, mochada, castrada.