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viernes, 17 de septiembre de 2010

KRAUZE Y SU FERVIENTE FE (partes I y II)

por Javier OTK

(A mi querido tocayo, Javier Sicilia, pues me quedé picado con nuestro diálogo respecto al tema de los mitos, y hoy que se anuncia el lanzamiento del nuevo libro de Krauze, no resisto la tentación de garabatear algunas ideas):

Al igual que Enrique Krauze en su reciente libro “De héroes y mitos”, donde profesa su ferviente fe en la infalible cientificidad de la historia, un sector de quienes defienden la idea del derrumbamiento de los mitos, de desmitologizar a los héroes y materializarlos en su ser de carne y hueso, lo que en el fondo persiguen es la desaparición de los líderes sociales que puedan conducir al pueblo hacia la libertad en la justicia. Al sistema neoliberal le interesa recrear su propio mito por la vía de la desmitificación de los mitos que lo contradicen. Para ello se enmascara con los rostros de algunos de sus próceres, ideólogos y simpatizantes que no pueden esconder, por más que quisieran, el logotipo de Televisa que llevan tatuado en sus amables caras.

En su citado libro, Krauze da fe de que México ha vivido de héroes y mitos. En entrevista para el diario Reforma, asegura que salvo él y otros dos (Jean Meyer y Luis González), los demás historiadores —como si los hubiera leído a todos— se han quedado “penosamente cortos” en el esfuerzo de desmitificación, porque no han sabido juzgar, con sus luces y sus sombras, al Porfiriato.

Invita a realizar una aproximación histórica sin mitos ni veneración por los personajes históricos. "La mejor forma de hacer avanzar el conocimiento histórico y biográfico —pontifica el cardenal de la Porfiriana Congregación para la Cultura Liberal de la I. P. —, es mediante una operación que baje a los héroes del pedestal y los convierta en hombres de carne y hueso". Si no entiendo mal, lo que Krauze propone es una doble operación paralela: por un lado, que se desmitifique a los héroes revolucionarios y, por otro, que se haga una reingeniería mitologizadora a favor de la mejor figura de don Porfirio, a modo de que sus socios y clientes puedan enarbolar una bandera que los justifique.

De esa historia, sólo pueden dar fe quienes cobran por escribirla, porque es un producto de consumo con una creciente demanda en el mercado de hoy donde reinan, y quieren seguir reinando, los poderes fácticos, el agnosticismo y la paradójica fe en las ciencias.

Tener tal fe en la ciencia de la historia, podría generar la ilusión de que el sujeto sea capaz de librarse de sus condicionamientos, conveniencias y perspectivas interpretativas, así como de conocer, con objetividad absoluta, lo que sucedió en la realidad… Ilusión prometeica… Esa fe moderna en las ciencias, lo que pretende ignorar es la verdad que habita en el misterio, en lo que la fe cree, y no en lo que la ciencia supone que sabe.

El propio Krauze, en el capítulo de la “Santificación de Hidalgo”, después de presentar diversas versiones que sobre el Padre de la Patria rescatan diversas fuentes y autores, a favor y en contra, no logra por lo menos en este capítulo cumplir su propósito de desmitificarlo; prueba de ello dan las dos preguntas con las que lo concluye:
“¿Cómo pensaba, qué sentía, qué movía al héroe, al santo cívico, cuya memoria emociona aún y, mientras existe este país, emocionará siempre, al pueblo de México? ¿Cómo era el cura Hidalgo?”

A lo que quiero llegar, no es a desestimar la razón y las ciencias, sino a reconciliar la fe con la razón. Y, en éste ámbito, no es posible —como suponen Krauze y la revista Proceso, por motivos divergentes— hacerle un sepelio al mito, ni mucho menos a la fe en la verdad inasible del misterio.

Cierro con una reflexión en torno a un párrafo de Max Müller, de su libro “Mitología comparada”: “La mitología no es más que un dialecto, una antigua forma del lenguaje. La mitología se refiere, sobre todo, a la naturaleza, y, muy particularmente, dentro de este dominio, a aquellos fenómenos que parecen tener el carácter de la ley y el orden, que parecen llevar el sello de un poder y de una sabiduría superior; pero era aplicable a toda cosa: nada es excluido de la expresión mitológica; ni la moral, ni la filosofía, ni la historia, ni la religión se han sustraído de la magia de esa antigua sibila. Pero la mitología no es la filosofía, ni la historia, ni la religión, ni la ética. Es, para usar una expresión escolástica, un quale y no un quid, una forma, y no algo sustancial. Esa forma, como la poesía, la escultura y la pintura, era aplicable a casi todo lo que el mundo antiguo podía admirar…”

Atreviéndome a llegar más allá, sin contradecir lo expresado por Max Müller en el sentido de que no todo es mentira en el mito, pues nada queda excluido de la expresión mitológica, arribo a la semiótica de Marshal McLuhan donde afirma que “el medio es el mensaje”, para advertir que el mito no es sólo el contenedor sino el contenido, es la verdad que también contiene y la forma en que la expresa.

El Evangelio aconseja que el sembrador deje que el trigo crezca entre la cizaña, pues al final llegará El que sí sabe separarlos para guardar el trigo en el granero y tirar la cizaña al fuego.

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PARTE II

21 de septiembre de 2010.

El lunes 20 de septiembre, “Entre 3”, programa de la barra de opinión de TV Azteca que conducen Federico Reyes Heroles, Jesús Silva-Herzog Márquez y Carlos Elizondo Mayer-Serra, tuvo como invitado al historiador y escritor Enrique Krauze para hablar de su libro “De héroes y mitos”.

Silva-Herzog introduce: “El Bicentenario ha tenido un efecto que a mí me parece, de alguna manera, preocupante, que es el hecho de que hablamos de héroes. Y yo creo que los héroes son… monstruos… Hay una característica monstruosa del héroe, porque es más que un ser humano, y yo creo que no son modelos de vida los héroes. Los modelos de vida son los ciudadanos, los creadores, y el héroe tiene siempre esta carga de superioridad, de gran súper hombre que, de alguna manera nos coloca en una clave equivocada”.

Agrega Carlos Elizondo: “Y son héroes violentos, héroes con el sable y con el fusil, héroes violentos que así es como los recordamos de alguna manera…”

Krauze: “Yo escribí varias biografías, desde hace años, y el objetivo de esas biografías era bajarlos del pedestal, pero no para verlos en el piso y destruirlos, sino para comprenderlos, para entender qué los movía, para hacerlos humanos, para colocarlos al nivel humano donde siempre debieron estar…”.

En el programa, Krauze resume y hace suya la idea del paralelismo entre los símbolos religiosos y los de la historia cívica que ha sacralizado a sus héroes y los ha elevado al “cielo” de la patria. Asevera que la figura del héroe nos ha hecho mucho mal.

Yo reflexiono que si bien desapruebo la usurpación liberal, y masónica, de ese lenguaje y símbolos sagrados, no obstante me pregunto: ¿Acaso todos los hombres somos iguales, no hay algunos con mayor arrojo para rebasar sus límites, sacrificando sus vidas por sus prójimos, probando virtudes que el hombre común no logra desarrollar y que, por ello, requiere de hombres ejemplares, héroes, santos y mártires que lo inspiren?

Más adelante Krauze, al recordar lo que decía Octavio Paz respecto a que la historia debía al catolicismo lo mejor y lo peor del país, parece contradecirse, pues por un lado desaprueba el homenaje a los héroes y, por otro, acepta que Hidalgo, Morelos, Zapata y otros, en efecto fueron mártires. Silva Herzog menciona que además tuvieron “la pureza” de no haber actuado desde el poder. Krauze dice que si bien fueron mártires, no obstante hicieron grandes destrozos. Carlos Elizondo agrega que, en todo caso, don Porfirio sí fue héroe, porque fue un gran constructor.

Me pregunto, ¿acaso lo que realizan los mártires no son actos heroicos? (Mártir, del griego ‘martys', "testigo", es, en general, la persona muerta en la defensa de alguna causa, con lo que da "testimonio" de su fe en ella). ¿Y al dar su vida por defender el bien de los mexicanos, aquellos mártires no merecen un especial reconocimiento y un lugar especial en la historia?

No obstante, Krauze insiste en que hay que bajar a los héroes de su pedestal. Asegura que estamos entrampados por nuestros mitos e intereses creados de grupos que no quieren que se remueva esa historia. Acusa de reaccionario al establishment académico, que es endogámico y acartonado, porque no se ha sumado a la desmitificación.

Krauze reconoce que si bien los de su generación ofrecieron un aporte a una nueva revisión de la historia, no obstante se centraron demasiado en la Revolución y hasta la pusieron en una posición muy alta. Luego, como un cazador que cae en una de sus trampas, se contradice al mostrar su sentimiento de nostalgia por los de su generación y por las anteriores que sí supieron construir visiones e instituciones, y que lamenta que hoy todo eso está desapareciendo.

Krauze intenta una contra-mitificación de la Revolución, a partir de lo que él llama una “perspectiva democrática”, al propugnar la idea de la inutilidad de los “ríos de sangre”, que tienen su fundamento en la creencia de que “las revoluciones y la violencia son las parteras de la historia”. Silva-Herzog también lamenta y reprueba que en las revoluciones lata la idea de que deben surgir de la sangre, y se extraña de que el gobierno no se haya atrevido, en sus mensajes y cápsulas del Bicentenario, a cuestionar el enorme costo de la violencia innecesaria de la Revolución.

Me pregunto, ¿en el México independentista y revolucionario, la gente del poder hubiera cedido sus privilegios sólo mediante el diálogo y las buenas intenciones? ¿Cuánto tiempo debe esperar un pueblo sometido a que las cosas cambien y le hagan justicia? Es cierto, la violencia es indeseable, pero cuando en una situación dada los actores no encuentran otro arreglo, como por ejemplo en la Cristiada, ¿no puede la guerra entenderse y hasta justificarse y santificarse?

Krauze elogia a los grandes novelistas, como Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, —previos al proceso de creación de los mitos revolucionarios por parte del Estado—, quienes, desde la novela y no del ensayo histórico, hicieron una crítica más aguda y realista a ese período sangriento.

Elogia al proceso de Reforma que tiene, según afirma, más trascendencia que los movimientos de la Independencia y la Revolución. Reclama que la Reforma debe situarse como el eje fundamental del México de hoy, pues con ella se logró nada menos que la separación de la Iglesia y el Estado. (Durante esta afirmación hace un esfuerzo por parecer políticamente correcto al controlar sus emociones a punto de desbordarse, debido a la efervescencia de su pasión liberal respecto a que el Estado por fin haya sometido al poder de la Iglesia).

Dice que México se debe a millones de personas y no a pocos héroes. No obstante, elogia a liberales como Justo Sierra y Vasconcelos. Elogia, sobre todo, a los pragmáticos posteriores, los que “verdaderamente” lograron la construcción de las instituciones modernas (Banco de México, Ciudad Universitaria, Politécnico, etc.). Elogia a Daniel Cosío Villegas, a Octavio Paz, a Diego Rivera, a Jesús Reyes Heroles y, enseguida, celebra la idea de los microcréditos [de Banco Azteca], calificándolos como esas “pequeñas” cosas que son las que verdaderamente han construido al México de hoy. Federico Reyes Heroles, con su inteligencia, su buena educación y su talento diplomático, corresponde a Krauze aceptando que en efecto hay desmitificar esa historia de bronce.

Por mi parte, me hago un breve espacio reflexivo en el que no puedo imaginar que los mitos puedan ser elaborados con bronce, tal vez porque parto de un concepto diferente de mito (más cerca de como lo comprenden, por ejemplo, Mircea Eliade, Lévi-Strauss, Paul Ricoeur, Luis Cencillo), no como una serie de leyendas y mentiras, sino como un tejido narrativo y simbólico, urdido y entramado en el origen y el corazón de toda cultura, en forma muy sutil y compleja, y del que el hombre común, así como el más culto, no pueden prescindir. La simbología mítica, cuando se dialoga con ella, revela su fuerza comunicativa, profundamente humana, socializadora y enriquecedora de sentidos.

Por fin, Krauze pone sobre la mesa su propuesta de que esta estrategia desmitificadora sea apoyada por los medios, porque “se requiere de micrófono”, pues “la gente está lista para escuchar la verdad”. (¿Cuál?, me pregunto). Muestra su diplomacia al tender un puente entre su casa Televisa y la de sus amigos, TV Azteca, adivinándose con ello que lo que propone es una cruzada que defienda los intereses ideológicos que sostienen al duopolio televisivo y demás poderes amparados por el nuevo liberalismo. (Por ello, les habla “bonito” a Federico Reyes Heroles respecto a la encomiable labor intelectual de su padre, y a Ricardo Salinas Pliego —que seguramente monitorea el programa—, respecto a los microcréditos). Habla de debates a fondo en los que no haya concesiones, y en los que “corra la sangre”… y después, al darse cuenta de su tendencia mitologizadora, sonríe y matiza diciendo que “sangre simbólica”. Pide que en los debates se invite a personas con otras posiciones; pero que los adversarios no lo califiquen de derechista y demás, sino que demuestren con argumentos sus posiciones.

Conclusiones:

Me da la impresión de que Krauze habla sin empatizar, a fondo, con ese hombre común, con ese hombre despojado y sin nombre, con esos millones de héroes anónimos que requieren de otros hombres que vayan más lejos, que les inspiren y propongan caminos auténticos de justicia y libertad. Y eso, que no puede sino llamarse heroísmo, no es una monstruosidad como afirma Silva-Herzog, sino un acto que demuestra una estatura plenamente humana de quienes la alcanzan y la ponen al servicio de sus prójimos.

Sospecho que la intención política al fondo de esa estrategia de desmitificación que Krauze propone, es dejar al hombre vacío, inerme, encerrado en los estrechos límites de su inmanentismo y en una cultura de la evasión, desarraigándolo, privándolo de las fuentes originales de su inspiración, transportando sus héroes a figuras frívolas del éxito futbolístico o del mundo de los negocios, la cultura y la política, o las estrellas del espectáculo… atemorizándolo con guerras montadas en contra de narcovillanos y terroristas, volviéndolo más dúctil a la manipulación de los poderes, encerrándolo en sí mismo y haciéndolo escéptico, retrayéndolo para reaccionar con una actitud egoísta y un individualismo extremo; condenándolo a ejercer eternamente la función que el hombre común está destinado a desempeñar al servicio del sistema, cual homo economicus, esa abstracción reduccionista que nace de la ilustración liberal.

“La globalización misma —escribe Patricio Oyaneder— podemos entenderla como el intento de introducir básicamente un par de mitos fundacionales: el de la democracia en lo político y el del mercado en lo económico. ¿Pero, en qué sentido puede decirse que sean mitos?: en tanto se pretende que el mensaje actúe directamente, que sea sentido más que racionalizado por el receptor. Y como los mitos se internalizan con ritos, en este caso los ritos son las elecciones y el consumo".

Y a pesar de que ahí permanecen y se renueva el vigor de los mitos, no obstante, está de moda la postura desmitificadora a partir de las ciencias. Baste recordar dos noticias recientes, la del científico Steven Hawkins que asegura que el origen del universo no se debió a Dios, sino a la ley de la gravedad que produjo de la nada la explosión del Big Bang; y la otra, promovida por el científico Carl Drews, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica en Colorado, que asegura que la mano de Dios tampoco estuvo presente en la división del Mar Rojo que narra la Biblia, sino que ésta se produjo, según sofisticados modelos computacionales, debido a extrañas condiciones meteorológicas que resultaron en poderosas ráfagas de viento…

De modo que Krauze, el empresario e historiador científico, también se une a la moda desmitificadora al proponer el gran movimiento mediático para la aniquilación de la historia de bronce, sustituyéndola por otra que justiprecie a la Reforma y sacrifique —según podría inferirse—, a sus dos hieródulas: la Independencia y la Revolución, que al haber sido inversamente mitologizadas, terminaron prostituyéndose con la clase política, al servicio de los dioses del histórico templo cívico.

Pero a juzgar por el Coloso postmoderno y efímero que se levantó en el Zócalo durante la fiesta del Bicentenario, la nueva historia que propone Krauze, sólo podrá moldearse con poliuretano.

¿Quieres someter a un pueblo? Destrúyele y sepúltale sus templos, sus héroes y sus mitos... Eso sí, ten la certeza científica de que llegarán otros para exhumarlos.