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viernes, 10 de septiembre de 2010

¡VIVA MÉXICO, HIJOS DE LA CHINGADA!

por Javier OTK

BICENTENARIO DE MÉXICO, 15 de septiembre de 2010.

Cuando en la entrevista de junio del 2006, el entonces candidato presidencial Felipe Calderón Hinojosa del PAN, responde a la periodista Maerker: “Pues mira, la verdad, si gano Denise, como dicen en mi tierra, ¡haiga sido como haiga sido!…”, la teleaudiencia termina aceptando que el cinismo es la actitud que impera en el mexicano —sin importar su nivel—, cuando confiesa sus vicios. Está tan interiorizada esta actitud que parece absolutamente natural.

En vez de que el cinismo avergüence al mexicano, por lo menos le dibuja una sonrisa, si no es que le causa carcajadas incontenibles. Ejemplo de ello es la caracterización cantinflesca que creó el multipremiado cómico Mario Moreno, cuyos orígenes más remotos se encuentran mucho más allá de la carpa, del país y de nuestro tiempo; se hallan en el mundo griego, específicamente en la escuela de los cínicos que nació de la división de los discípulos de Sócrates, y de la cual fue fundador Antístenes. Sus públicos eran sobre todo las clases populares, debido a la simplicidad de su prédica. Dijo en una ocasión: “Mi querido Platón, yo veo bien un caballo, pero no veo una caballeidad.”, a lo que Platón contestó: “Claro, porque tú tienes ojos, pero no entendimiento.” Por ello, Aristóteles y Platón apreciaban poco su filosofía, pues afirmaban que era incapaz de comprender las sutilezas de la dialéctica… Regresando más acá del tiempo y del espacio, Cantinflas, al decir sin decir, también se pitorreaba de la dialéctica.

Escribí “La Parábola de Cantinflas” gracias al patrocinio de don Lorenzo Servitje Sendra, entonces Presidente del Grupo Industrial Bimbo, quien estaba interesado en identificar los valores y desvalores que transmiten las películas de Cantinflas, ya que Mario Moreno Reyes - Cantinflas, acababa de fallecer (el 20 de abril de 1993) y Bimbo estaba estudiando la posibilidad de patrocinar el gran homenaje que el presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, le había ofrecido a Cantinflas, todavía en vida, pues el mandatario estaba convencido de que el cómico era y debía ser un ejemplo con el que siguiera identificándose el mexicano.

Lo que decidieron en aquella empresa patrocinadora, fue utilizar —durante breve tiempo—, como imagen en las bolsitas de una línea de botanas, la caricatura del cómico que parecía una especie de mono devorador de cacahuates. Pero como la ardillita Barcel les resultaba menos costosa y vendía tanto o más que el changuito, hasta ahí llegó su participación en el supuesto homenaje.

¿Cómo expresar las creencias de uno, con una actitud seria, si aquellas son absolutamente inmorales? ¿Cómo aceptar con cabal convicción que la creencia de uno es la de abusar del otro, la de fregarlo, la de chingarlo? Eso, el mexicano no puede confesarlo seria y abiertamente, sino sólo a través del cinismo.
"¡Ahí está el detalle!"

El cinismo es esa actitud de aceptación jocosa de un vicio. Y si causa risa es porque quien escucha la confesión cínica del vicio, también lo asume como propio. Así que, en vez de sufrir al reconocer la culpa, lo que produce el cinismo, con su desfachatez, es la risa. Se trata de relativizar el pecado, de hacer menos pesada la carga que el conjunto de la sociedad lleva a cuestas.

El verbo “chingar” y la actitud cínica integran la dualidad que está en la base caracteriológica del mexicano. Se trata de una herramienta nerviosamente arraigada que le sirve para la sobrevivencia, pues la aprendida y asimilada vía del “chingar”, en vez de provocar una culpa mortificadora, gracias al cinismo encuentra su catarsis.

Octavio Paz, en el Laberinto de la Soledad, escribe de “La Chingada” en forma magistral:

“Con ese grito [¡Viva México, hijos de la Chingada!], que es de rigor gritar cada 15 de septiembre, aniversario de la Independencia, nos afirmamos y afirmamos a nuestra patria, frente, contra y a pesar de los demás. ¿Y quiénes son los demás? Los demás son los "hijos de la chingada": los extranjeros, los malos mexicanos, nuestros enemigos, nuestros rivales. En todo caso, los "otros". Esto es, todos aquellos que no son lo que nosotros somos. Y esos otros no se definen sino en cuanto hijos de una madre tan indeterminada y vaga como ellos mismos…

La Chingada… una figura mítica… es una de las representaciones de la Maternidad… La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El ‘hijo de la Chingada’ es el engendro de la violación, del rapto o de la burla. Si se compara esta expresión con la española, ‘hijo de puta’, se advierte inmediatamente la diferencia. Para el español la deshonra consiste en ser hijo de una mujer que voluntariamente se entrega, una prostituta; para el mexicano, en ser fruto de una violación… Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado… Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles…"

Así como la madre chingada es en quien recae, en forma pasiva, la acción del verbo chingar —explica Paz—, del padre surge la activa. Él es el conquistador por quien se siente un profundo resentimiento y, a la vez, enorme y traumática admiración. Él es el macho, el Gran Chingón.

“El ‘macho’ hace chingaderas —prosigue Paz—;
es decir, actos imprevistos y que producen la confusión, el horror, la destrucción. Abre al mundo; al abrirlo, lo desgarra. El desgarramiento provoca una gran risa siniestra. A su manera es justo: restablece el equilibrio, pone las cosas en su sitio, esto es, las reduce a polvo, miseria, nada. El humorismo del ‘macho’ es un acto de venganza. Un psicólogo diría que el resentimiento es el fondo de su carácter…”

Por eso, lo que en México funciona es el chiste y no la educación moral. ¿Cómo educar a todo un pueblo en los valores, cuando la reacción que se produce es el pitorreo y el engaño?

Sí padrecito —aseguraba el catequizado—, sí creo en el Dios único y verdadero; pero acá, en lo oscurito, también venero al resto de mis ídolos... No, mi teniente —diría hoy un policía municipal—, ¿quién dijo que no semos honrados? Si semos rete cumplidores, nomás flojitos y cooperando con la mordida.

La trampa, la tranza, la corrupción…, más que como males, son asumidas por el mexicano como rasgos distintivos de su carácter ancestral, de alguien que siempre ha sido incompletamente sometido. De ahí su doble moral, pues con sus cínicas argucias, mientras pronuncia su aceptación, agachando la cabeza, en su fuero interno está negándose y pensando en la revancha. Por eso, para sobrevivir, siempre actúa fuera de la legalidad que los poderes, o el Estado, pretenden infructuosamente imponerle. Aunque no niega esa dualidad —la de chingar y la de ser cínico— no obstante le avergüenza; pero termina aceptándola en la actitud burlona de quien ha aprehendido la capacidad de chingarse al otro antes de que éste ni siquiera haya pensado en chingárselo.

¿Puede, así, el pueblo mexicano, con tal resentimiento y cinismo anclados en su carácter, y en el contexto del modelo político y socioeconómico que cada día lo perjudica más, asumir una cultura de la legalidad y la rectitud moral?

Parece que eso no le importa mucho por el momento, a pesar de la crisis y debido a ella. Septiembre le brinda una tregua para seguir evadiéndose con el efecto sedante e hilarante del alcohol, y escudándose tras el resentido y cínico grito de: “¡Viva México, hijos de la chingada!”

Una visión escatológica:

El mexicano, al sanar su terrible cruda, volverá su mirada hacia el escudo nacional; su simbología lo inspirará a fin de dejar de ser el hijo de La Chingada —figura mítica de la maldición—, y superar la edípica emulación a su chingón conquistador, para asumirse como el hijo del Águila que, al devorar a la serpiente, purifica y le devuelve el lugar que le prometieron sus legendarios profetas. El Águila —prefiguración del Mesías que vence definitivamente al demonio—, reconciliará al mexicano con su fe profunda y le iluminará el sentido para refundar su patria.

“El águila que devora la serpiente sobre un nopal
puede ser muchas cosas
pero para nosotros es una sola
el escudo nacional
el mandala de los mexicanos.”

El imán - Tomás Calvillo