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jueves, 30 de junio de 2011

EL FANTASMA DE LA DEMOCRACIA

por Javier OTK

El título de este artículo, es una paráfrasis del de El fantasma de la libertad, la magistral película de Luis Buñuel. Pero no porque crea, como él, en que la libertad y el destino de las personas es controlado por la casualidad. Más bien creo, como Buñuel, que durante el camino se van presentando muchos cruces en donde uno debe decidir por cuáles proseguir. Creo en la libertad del hombre, en su voluntad y su responsabilidad sobre sus decisiones y las consecuencias de éstas.


Pero, en la democracia actual, el hombre y la mujer comunes ¿tienen el poder real de ejercer por lo menos con suficiencia su libertad y de decidir lo que es mejor para ellos? Estoy convencido de que no es así. La “democracia” existente sólo es un fantasma de lo que fue o lo que pudo o podría ser; una ilusión popular que alimentan los aparatos manipuladores de la élite global que gobierna a los Estados.

Y el principal aparato constructor de esa ilusión espectral, ya no es el mago, el juglar, el circo o el teatro, sino la televisión.

Y seguirá siendo así, una fantasmagórica hechicera de la ciudadanía, mientras ésta no decida ejercer su real poder y se sume al Boicot Ciudadano NO + TV.

Uno de los principales instrumentos que aprovecha la televisión, sobre todo aquel sector que se somete al Estado y al Mercado, como aparato de manipulación, se basa en la cosificación de las personas que trabajan como opinólogos y opinólogas.

El hechizo que producen en el teleauditorio, con técnicas histriónicas aprendidas, consiste en lograr que sean percibidos con tal versosimilitud que sea capaz de generar una confianza desmedida que haga que el público les crea no porque lo que dicen sea verdadero o falso, sino porque lo dicen ellos.

Esta clase de histrionismo, más pragmática que ética, más individualista y sectaria que social, es la principal competencia que deben aprender también los políticos de hoy, si es que pretenden obtener un puesto de importancia en el Estado mediático.

Es una competencia desarrollada con tal grado de maestría que para la mayoría resulta imposible distinguir si su lenguaje —verbal y gestual— expresa verdades o mentiras.

Y es así que, mientras la mayoría de la sociedad, analfabeta mediática funcional, no aprenda a leer estos lenguajes, la democracia seguirá siendo un fantasma.